viernes, 11 de enero de 2008

Dame alguna verdad...

LA PRESENCIA.

El frío se filtraba en la sala llena de sillas que ya sin ocupantes constataban que todo se había terminado. Los ojos rojos se habían ido dentro de las cuencas de los dolientes.

Carmen doblaba y guardaba el mantel donde se depositaron las flores, recogía los pies de vela haciendo todo el ruido posible, combatiendo esa soledad pesarosa. El silencio retrocedía asustado ante el uso enérgico de la escoba y trapeador , limpiando lo que quedó de la tierra traída por los zapatos de los asistentes. De ese lugar que sería la nueva casa de Eugenio.

Al final de la jornada ya el ruido de los grillos conjuraba el silencio que tanto temía Carmen.
La casa estaba reluciente. Los platos limpios. Los pisos brillantes. El aroma de las ceras se había ido.

Sentada en la sala Carmen se recordó siendo soltera. La casa estaba como en ese tiempo, en perfecto orden, sin nadie que dejara destapado el frasco de mermelada, nido perfecto para las hormigas en verano.

Empezó a sentir un cosquilleo en la nuca. Tal vez sería el viento se dijo.

Nadie que llegara con sus zapatos llenos de barro tras la jornada en la fábrica, tarde y dando traspiés por el cansancio prematuro.

Las baldosas del piso lucen tan estériles, tan abandonadas.

Carmen empieza a sentir que le falta el aire. Los ojos están secos como llanuras desérticas, ardientes.

Acabará llorando otra vez, con los dientes apretados.

Nadie había dejado por descuido a medio cerrar el refrigerador.

Nadie reclamará enojado por los guisos desgrasados.

Nadie derramará el café sobre la mesa y mirara hacia otro lado haciéndose el desentendido, para evitar una pelea fastidiosa.

La disnea la tenía agarrada del corazón como un perro bravo.

Nadie.

Apenas alcanza a llegar a la habitación echando bufidos. Abrió con el rostro enrojecido el ropero.

Y ahí estaba el abrigo del último día de Eugenio. Huele a grasa de motor y las mangas están renegridas a pesar de las súplicas y regaños de Carmen. Con ella se cubrió los hombros menudos
sintiendo el peso como un abrazo reconfortante.

Las horas miraron a Carmen dormir acompañada por sus recuerdos, mientras Eugenio la abrazaba también en sus sueños.
Desde ese entonces solo salía de ellos para formar parte del viento que metía el polvo a la casa, para no irse del todo.

miércoles, 2 de enero de 2008

deseo de año nuevo...

Hay gente a mi alrededor, abrazándose, permitiendose tocar a los otros, al menos por hoy somos pura alegría.

Ver gente feliz me gusta, sea por los motivos que fueren o lo que haya en sus corazones. El mio está atrapado en la incertidumbre.

Sólo pienso que la vida es frágil y preciosa.

Y mientras acabo de un sorbo el contenido de mi copa miro todas las sonrisas alrededor, algo parecido a la esperanza... deseo con todas mis fuerzas que si existan los milagros.

Para los que se aferran a la vida teniéndolo todo en contra.

Para que los que tienen tantos caminos por andar puedan escapársele a la muerte que parece haberles cerrado el paso.

Para ellos es mi deseo , que el año este lleno de milagros, que se queden con nosotros para hacernos viejos juntos.

EMBRIAGAOS

"Siempre hay que estar ebrio. Eso es todo: tal es la única cuestión.
Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que os quebranta los
hombros y os doblega hacia el polvo, es menester que os embriaguéis
sin tregua.
¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo.
Pero embriagaos.
Y sí alguna vez , en las gradas de un palacio, sobre la verde hierba
de un barranco, en la sombría soledad de vuestro aposento,
os despertáis, con vuestra embriaguez ya desvanecida o disminuida,
preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj a todo lo
que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta,
a todo lo que habla, preguntad qué hora es; y el viento, la ola,
la estrella, el pájaro, el reloj, os responderán: “!Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, embriagaos; ¡sin cesar
embriagaos! De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo.”
Charles Baudelaire