LA PRESENCIA.
El frío se filtraba en la sala llena de sillas que ya sin ocupantes constataban que todo se había terminado. Los ojos rojos se habían ido dentro de las cuencas de los dolientes.
Carmen doblaba y guardaba el mantel donde se depositaron las flores, recogía los pies de vela haciendo todo el ruido posible, combatiendo esa soledad pesarosa. El silencio retrocedía asustado ante el uso enérgico de la escoba y trapeador , limpiando lo que quedó de la tierra traída por los zapatos de los asistentes. De ese lugar que sería la nueva casa de Eugenio.
Al final de la jornada ya el ruido de los grillos conjuraba el silencio que tanto temía Carmen.
La casa estaba reluciente. Los platos limpios. Los pisos brillantes. El aroma de las ceras se había ido.
Sentada en la sala Carmen se recordó siendo soltera. La casa estaba como en ese tiempo, en perfecto orden, sin nadie que dejara destapado el frasco de mermelada, nido perfecto para las hormigas en verano.
Empezó a sentir un cosquilleo en la nuca. Tal vez sería el viento se dijo.
Nadie que llegara con sus zapatos llenos de barro tras la jornada en la fábrica, tarde y dando traspiés por el cansancio prematuro.
Las baldosas del piso lucen tan estériles, tan abandonadas.
Carmen empieza a sentir que le falta el aire. Los ojos están secos como llanuras desérticas, ardientes.
Acabará llorando otra vez, con los dientes apretados.
Nadie había dejado por descuido a medio cerrar el refrigerador.
Nadie reclamará enojado por los guisos desgrasados.
Nadie derramará el café sobre la mesa y mirara hacia otro lado haciéndose el desentendido, para evitar una pelea fastidiosa.
La disnea la tenía agarrada del corazón como un perro bravo.
Nadie.
Apenas alcanza a llegar a la habitación echando bufidos. Abrió con el rostro enrojecido el ropero.
Y ahí estaba el abrigo del último día de Eugenio. Huele a grasa de motor y las mangas están renegridas a pesar de las súplicas y regaños de Carmen. Con ella se cubrió los hombros menudos
sintiendo el peso como un abrazo reconfortante.
Las horas miraron a Carmen dormir acompañada por sus recuerdos, mientras Eugenio la abrazaba también en sus sueños.
Desde ese entonces solo salía de ellos para formar parte del viento que metía el polvo a la casa, para no irse del todo.
viernes, 11 de enero de 2008
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3 comentarios:
La presencia.
Ante un determinado olor puedo sentir como si esa persona estuviera a mi lado.Cuando alguna vez he discutido con mi pareja y él marcha a trabajar,huelo su tarro de colonia y me trae todos los buenos momentos.Cuando regresa y me voy para su cuello,lo huelo y lo beso me mira como si yo estuviera loca pero encantado de mis besos...
La ausencia.
cuando alguien querido se nos va, extrañamos los buenos momentos (tambien los defectos y manías),el tiempo se hace casi infinito. Si tenemos la certeza que no va a volver......
Saludos amiga
Magnífico
Me has hecho recordar algo que leí que fue escrito en tu tierra..
"...Acomodaste las sillas a lo largo del comedor para que la gente que viniera a verla esperara su turno. Estuvieron vacías. Y mi madre sola, en medio de los cirios; su cara pálida y sus dientes blancos, asomándose apenitas entre sus labios morados, endurecidos por la amoratada muerte. Sus pestañas ya quietas; quieto ya su corazón..."
He vuelto a estremecerme al volver a Comala
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