viernes, 9 de noviembre de 2007

HAY MIL Y UN FORMAS DE AMOR...

Naturaleza muerta


Javier está en el pasillo aséptico del hospital, alumbrado por la luz fluorescente. La adrenalina se adueña de su cuerpo mientras se prepara para huir. Corre sin esperar verlos aparecer, ya los ladridos anuncian la jauría. Al llegar al área de ambulancias una puerta de vidrio le detiene el paso. Pese a usar toda su fuerza empujándola no cede. Sus manos se reblandecen, los huesos son mantequilla. En su desesperación patea la puerta como un loco hasta que sus fragmentos se estrellan contra sus piernas. Un dolor agudo le impide correr, tiene que esconderse y logra llegar a los botes de basura. Un fragmento de vidrio brilla rojizo a la luz de la luna. La sangre brota de la entrepierna. Es el señuelo. Sus manos dibujan huellas rojas sobre su piel amarillenta. Al ver a la silueta feroz que se acerca gruñendo gime desesperado. No hay escapatoria. El depredador no parece tener piedad, ya ha olisqueado la sangre. Su aliento fétido golpea el rostro de Javier, e instintivamente lleva sus manos hacia abajo. Sabe lo que buscan.

La puerta abriéndose arranca a Javier del mal sueño, librándolo de los colmillos que habían decidido condenarlo a morir desangrado y solo.

- Doc, llegó chamba-

El policía sonríe cómplice al ver a Javier retirar la mano sudorosa de entre las piernas.

- Orale Doc, no se la jale tan fuerte, se va a lastimar-

Molesto por el exceso de confianza Javier le cierra la puerta antes de que pueda entrar. No puede evitar llorar de rabia, silenciosamente, hasta que los silbidos se alejan.

Cansado busca en el archivero los formatos de reporte de necropsia. De su maletín extrae la pluma mientras cuenta los días que faltan para que llegue el fin de semana. Apenas puede esperar volver a sentirse vivo y acompañado de verdad. A sus ya varias décadas de vida se le antojaba una perdida de tiempo el esperar por las cosas que lo hacían feliz. Lastima que no pudiera ser sábado por la noche toda su vida.

Las lámparas fluorescentes lo reciben con un abrazo fúnebre. El pasillo de sus pesadillas ahora esta ocupado por algunos trabajadores noctámbulos, pálidos y ojerosos bajo la luz artificial. Saluda a algunos tratando de disimular el temblor de sus manos. Al fin aparece frente a el la puerta de la sala de autopsia 2. Podría haber seguido adelante y salir para no volver, pero estaba convencido de que la muerte le había tocado las manos negándoles el don de curar. Su función era de observador, testificando en lo que se convierte un ser humano después de muerto.

A juzgar por el esmalte de uñas anaranjadas de la mano que sobresalía de la sabana blanca era una mujer. El policía aparentemente mas a gusto en su papel de informador inicia la lectura del expediente:

-Femenina de entre dieciocho y veinte años, aproximadamente. En calidad de desconocida. Cabello corto, de 52 kilos más o menos, talla de 1.62 cms. Presenta hematoma a nivel del área hepática y múltiples contusiones, aunque la causa del deceso parece ser por ahorcamiento. Como seña particular tiene un tatuaje en la nalga derecha, una rosa. La encontraron en las inmediaciones del mercado de La Merced, a eso de las dos de la mañana. –

La descripción le hace pensar en Corina. Hace tiempo que conocía los rincones violentos de la mente de los asesinos, amparados al anonimato de una ciudad grande y a la oscuridad, a la ocasión que da el descuido de los otros. La noche podía darte cosas terribles, apenas bajas la guardia. A veces salía de noche, tras revolverse como loco en su cama de soltero empedernido. Buscaba cigarros, adelantándose a cualquier ruido extraño con un escalofrío digno de quien es perseguido por una muerte prematura. Y en recompensa a su valor, la noche le dio una compañía muy especial. La llama para encender el cigarro, solícito ante la dama con un vestido demasiado ligero para esa noche tan fría. Y en el sucio cuarto del hotel recibió el regalo que le dio rienda suelta a la vida, tras años de ocultarse en su fachada de hombre común. A través de esos tacones altos y la malla de red se adentró en sus deseos abiertos como una puerta. Miro la mano cérea y creyó que sería imposible volver a buscar el amor carnal el sábado por la noche sin ella, No se atrevería a abrir los ojos, a respirar y volver a un cuerpo muerto en su ausencia. No podía ser ella. La noche no repite dos veces los milagros. Y se sentía demasiado viejo para arriesgarse al escarnio.

El policía en un ademán nervioso posó la mano sobre el bulto que dibujaba el seno derecho de la muerta, en aparente descuido.

- Si quiere yo le ayudo Doc, aguanto vara, me cae que a mi ver a los muertos no me da cosa. De a primera vista se nota medio flaca. Mi madrecita que Dios tenga en su Santa Gloria decía que todos nacíamos ya para algo, y pues creo que es verdad. Mire nomás tan chavita. Pinches viejas, con estas ya van tres putas en un mes y ni así aprenden.

- A ver si ya te largas a fastidiar a alguien más con tus comentarios pendejos. Déjame trabajar-

Javier no voltea a ver el gesto obsceno que el policía le deja antes de cerrar la puerta. Solo puede pensar en la soledad anticipada. Los zapatos de fiesta están guardados en el ropero, listos para brillar. La misma Corina opina que es tiempo de cambiar el viejo guardarropa.






En un movimiento brusco pudo resumir las ultimas semanas, poseedoras de los recuerdos mas agradables de su vida. Las pieles marcadas por los excesos de la pasión. Las lagrimas de placer caídas sobre la espalda de sus amantes. El retorno por la mañana a la casa de Corina, a tomar su corbata y las llaves de su coche y su ademán de hermana cariñosa, despidiéndolo y dejándolo ir hacia la otra cara de la moneda. Descubrió el cuerpo.

Tuvo que acercarse al rostro frío, que rezumaba el líquido iridiscente de los abandonados al morir, para verificar que la línea de las cejas estaba pintada con crayón negro. Ella siempre usaba colores alegres y llamativos. Podría haber sido su hermana, tanto era el parecido. Las facciones de Javier dejaron de ser las de un huérfano de cuarenta años. No era ella.
Desapareció el miedo, no así el dolor. Acarició ese cuerpo solitario, le inventó un nombre mientras le acomodaba el pelo y durante la disección, dejo caer un buen rato sus lagrimas de contrito, por seccionar ese cuerpo bello como el deseo, que por traspiés de la genética nunca llegaría a tener.

1 comentario:

Francisco Méndez S. dijo...

Hola: muy buen cuento.
Gran manejo del suspenso y el dialogo interno.
Felicitaciones y sigue asi.
Saludos y un abrazo