viernes, 21 de diciembre de 2007

EL HAMBRE...

A LA CARTA.
El radio de pilas era el único artefacto que medía el tiempo de Lucrecia.
Desde que la despidieron del Real Cinema había sido necesario vender sus pertenencias, una por una, pero el radio valía tan poco que ni siquiera alcanzaba para un kilo de huevo con lo que daban por él. Por eso lo conservaba.
Tendida sobre el mugriento colchón Lucrecia repasaba sus arrugas con las puntas de los dedos. Eran más profundas alrededor de la boca, donde se quedaron los gestos amorosos, los gritos de coraje, los besos, ahora inútiles. Nadie habia ido a visitarla desde hace mas de dos años.
El Himno Nacional iniciando la programación habitual marcó la hora de angustia diaria. La boca se le llenó de un sabor amargo. La seis, en ese momento debería estarse alistando para ir a trabajar como lo hizo durante años, pero ahora ahí estaba, mirándose las puntas de los pies, insomne y hambrienta.
La voz modulada en FM le hizo un guiño auditivo. Las palabras adquirieron consistencia. Eran sabrosas, casi podían masticarse.
- Bienvenidas amigas a la hora del buen sazón. El día de hoy prepararemos un rico caldo tlalpeño. Hay que tener a mano todos los ingredientes. Un pollo mediano, cebolla, un manojito de perejil y dos chipotles en rajas-
De pronto Lucrecia se levantó de un salto. De la alacena antes a medio llenar de trastos viejos y cabos de velas, única opcion luminosa para sus noches se asomaba una ramita de perejil. Con verdor alegre la llamaba.
Se acercó temerosa hacia la puerta de la alacena. A estas alturas su mente le jugaba malas pasadas y con recelo abrió la alacena de par en par. No dió credito a lo que veía. Ahí frente a su estomago menesteroso estaba todo lo necesario para preparar el caldo.
- Primero se parte el pollo en raciones y se deja que suelte el hervor-
Lucrecia se dió prisa en tomar una cacerola polvosa, no fuera a ser un sueño. Había que apresurarse para que le diera tiempo de desayunar antes de despertar.
La llave escupía el agua de arrabal, pero a Lucrecia le preocupaba un detalle más importante, donde conseguiría la flama para cocer el pollo. Santiguándose tomó la veladora del San Judas y la puso bajo la olla.
En poco tiempo el agua hervía a borbotones.
- Ahora agregue los demas ingredientes poco a poco -
Dos pedazos de vela flotaban en la cacerola de agua sucia, pero a Lucrecia le parecía que el olor era delicioso. El caldo de pollo cura la anemia, se decía Lucrecia, pronto estaría fuerte y podré salir a trabajar.
- Ahora amigas nos falta sólo un detalle. Agregue sal. La necesaria-
Lucrecia encontró el bote cafe con negro bajo el fregadero.Lo tomó con una mirada de rencor. Recordó su efectividad. No hubo más ruidos molestos durante las noches despues de haberlo usado.
Dejó caer el contenido del bote en el consomé imaginario, además de una lágrima de miedo. Pero antes de que el instinto de supervivencia atajara su decisión bebió el contenido hasta ver el fondo del recipiente, con el líquido verdoso escurriendo por las comisuras.
Al terminar estaba satisfecha.
Las pilas del radio se terminaron al mediodía. Lucrecia estaba de vuelta sobre el colchón, con la mirada en calma, perdida en las estrellas que formaban las arañas en el techo. No tiene apetito ni pena alguna.
DICIEMBRE 2007

4 comentarios:

Agata dijo...

Vaya con el HAMBRE...es tan dura.

Francisco Méndez S. dijo...

Hola: Muy buen cuento, El hambre, la soledad, la desesperación.
justifican la decisión que tomó.
Saludos

diego dijo...

Pobre Lucrecia, feo destino.
Buen cuento!
Felicidades!

miguelangel dijo...

Precioso. Es como el dicho: "El hambriento, por sorber algo, sorbe el viento"